jueves, 3 de noviembre de 2011

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domingo, 30 de enero de 2011

fotos

Algunas fotos del rodaje...














lunes, 31 de mayo de 2010

propuesta de direccion y montaje

Éxtasis: Estado del místico, caracterizado interiormente por el sentimiento de la unión con la divinidad y exteriormente por la suspensión de las funciones corporales.
Una palabra que puede identificar el proyecto es éxtasis. Sin embargo esta palabra hoy en día remite inevitablemente hacia la droga, pero este propósito va específicamente por otro lado, se trata de utilizar el término desde su sentido más puro. En última instancia al reflexionar, las drogas (como cualquier otro goce), podrían tener una relación. El cortometraje cuenta la sencilla historia de dos personajes que inesperadamente se encuentran con el éxtasis. Éxtasis representado en una canción, y en el objeto que la contiene que es un disco vinilo. Sin embargo, lo interesante es que el tema musical también contiene lo que algunos llaman la falta por estructura (o falta universal). La dualidad de la canción deviene cuando los personajes, luego de pasar por el éxtasis, se sienten incompletos. El vinilo representaría una cantidad considerable de placeres y angustias. Hoy en día podrían ser el consumo desmedido, la tecnología, la religión, los vicios o las drogas, el sexo -ocasional o no-, el amor mismo en cuanto a algo abstracto. La búsqueda de los placeres inmediatos, la plenitud parcial. Sin embargo, el cortometraje no realiza ningún tipo de moralidad. Sólo intenta responder la pregunta sobre qué sucedería si un objeto mezcla el placer y la angustia (llevado al extremo). Y a partir de ahí contar una historia; sencilla.
Así pues, desde la dirección el objetivo principal será contar de la mejor forma, y de un modo personal, la ficción de Fabio y Eduardo. Esto entendiendo la relevancia narrativa de la historia, pero también entendiendo la potencialidad sensorial que tiene dicha historia. Y este es un punto a tener sumo cuidado, tanto desde el equipo de dirección como desde cualquiera de las áreas. Cada escena del film (algunas más en particular) estará diseñada cuidadosamente a partir de estos criterios. En otras palabras, pretendemos generar en nuestro espectador, principalmente, sensaciones y emociones, dando por descontado la búsqueda de una narración precisa. El campo de las sensaciones es el que más interesa, y por esta razón el verosímil se alejará del concepto de lo real.
A partir de lo dicho antes, el montaje será principalmente en base a la narración, donde el ritmo va a depender del relato. Será invisible en su mayor media. Sin embargo, también se apostará, en algunos pasajes del cortometraje, a silencios narrativos y tiempos muertos. En los momentos en que esto suceda se intentará dar un respiro a la película, brindar un momento de reflexión y de intimidad para al espectador. Además, se buscará darle valor a los detalles, que tomen relevancia a partir del manejo del tiempo.

miércoles, 21 de abril de 2010

historia_personajes

Éxtasis
Empezaba a recuperarse. Estuvo meses sin salir de su casa, pensando en el accidente que lo aparto para siempre de su mujer y su hijo de cuatro años. Sin embargo se estaba recuperando. Todavía le quedaban cuatro meses del año de licencia que pidió en el colegio, pero tenía la iniciativa de retomar el próximo mes. Fabio era una persona muy sociable, y ahora que la soledad le pesaba de forma irremediable, estaba dispuesto a salir adelante. Por lo menos quería aprender a convivir lo mejor posible con su desgracia. Durante seis meses había estado sumido en la música, en la amplia colección de discos que tenía. Pasaba los días enteros escuchando a Bach, Verdi y Mozart. Siempre fue un fanático de sus discos, pero en ese momento la música era como un medicamento, una forma de sentirse ocupado y distraído, olvidándose de sus adversidades. Lo mismo sucedía con las películas. A veces se le daba por el cine, y su living se transformaba en una montaña apilonada de DVDs. Pero poco a poco se fue cansando del hastío y la tristeza, y comenzó a darse cuenta que dependía de él recuperar las ganas de vivir. Con mucha fuerza de voluntad, y a veces hasta peleando con un estado de ánimo que pretendía dejarlo derrumbado en su sillón, Fabio salía a la calle y caminaba; visitaba amigos y familiares; pasaba por el colegio donde dictaba clases de literatura. Empezaba a recuperarse.
En ese momento, Fabio no imagino que comenzaría la etapa más excitante de su vida, y a su vez, también la peor pesadilla que podría imaginarse. En una de sus caminatas por las angostas calles de su pueblo, así como así, como por arte de magia encontró un objeto abandonado en la calle: un disco; un vinilo en perfecto estado. Su tapa no poseía ninguna inscripción, estaba bañada completamente en color blanco. Fabio tomó el disco pensando en escucharlo en su casa, obviamente ingenuo de lo que le esperaba. Cuando se colocó los auriculares en las orejas, y la púa del tocadiscos reposó sobre el vinilo, la realidad dio un vuelco para Fabio. Era una canción, un minuto y medio de música, pero para él fue un segundo de magia. El tiempo dejó de percibirse como de costumbre. Era la belleza más grande que jamás había existido. Era algo increíblemente placentero, hermoso, un momento sublime de felicidad concentrada. Sintió sensaciones que nunca había sentido y que se acercaban a la inmortalidad. Y todo concentrado en lo que para Fabio era un instante mínimo del tiempo. Un momento de éxtasis.
La duración de ese momento imponente no solamente era tan ínfima, sino que también venía seguido de sensaciones completamente opuestas; dolor y tristeza. Era una tristeza que iba en aumento, y que, a diferencia del previo momento de placer, duraba un tiempo prolongado e insoportable. Fabio no entendía que sucedía, estaba completamente perdido, sufriendo una angustia que no sabía de dónde provenía. Intentaba rastrear el porqué de ese dolor, pero no encontraba respuestas, eran sensaciones molestas mezcladas, como si todos sus recuerdos tristes pesaban de forma invisible en su cabeza.
Pasó horas planchado en el sillón del living, y cuando decidía levantarse no sabía para donde ir y qué hacer. Luego se durmió sin darse cuenta. Recién ahí terminó todo. Al otro día le pesaban los recuerdos, y sentía una sensación rara de lo que había sucedido. De todos modos, lo primero que se dispuso hacer una vez despierto fue escuchar nuevamente el disco. Se dirigió hasta el living decidido a poner el vinilo. Era inevitable no sentir las ganas de revivir el placer que producía esa canción hermosa. Se había olvidado de lo mal que la pasó luego de escucharla; le era inevitable.
A partir de ese momento el disco se transformó en un hábito diario de Fabio, hasta lo escuchaba varias veces al día. Y así, volvió bruscamente a lo que era hace poco tiempo atrás: volvió a esos días posteriores al accidente que sufrió su familia, pero peor, ahora más abstraído y sumergido dentro de su casa, escuchando el disco.
Pasaron un par de años, y Fabio se pudrió torturándose con la canción. Era como una droga, lo alimentaba de un placer fugaz pero lo fulminaba en una oscuridad terrible. Ya no salía de su casa nunca, y había eliminado todo tipo de vida social. Existía introvertido en el disco de vinilo. Sin embargo, un día como cualquier otro, Fabio colocó el disco en la bandeja y escuchó la música una vez más como tantas veces. Ese día ocurrió algo distinto: la tristeza posmúsica le resultó insoportable, tanto que tomó el disco con las dos manos y amagó a romperlo. Seguramente impidió que lo destruya definitivamente esa parte de placer y felicidad que posee el objeto, esa porción divina. Igualmente, segundos más tarde el vinilo estaba volando por fuera de la ventana de su casa.
Sobre el cordón de la vereda de enfrente había caído el disco. Eduardo vivía justo frente a la casa de Fabio, y ese día estaba volviendo del trabajo, cuando encontró el vinilo en la puerta de su casa. Era un joven de veinte años que vivía con su abuela. Un apasionado de la música, que desde chico aprendió a tocar diferentes instrumentos, y ahora estaba estudiando en el conservatorio el saxofón. También su trabajo se desenvolvía en un local de instrumentos musicales, así pues, con su vida tan ligada al arte musical, el vinilo descansando en la vereda de su casa no podía dejar de llamarle la atención. Cuando lo tomó sabia que le resultaría difícil escucharlo; no tenía tocadiscos.
Eduardo examinaba el disco de arriba abajo junto a su abuela que estaba cocinando el almuerzo.
-Debe ser de Fabio -dijo la abuela- el vecino loco de enfrente. Pasa horas enteras escuchando con esas cosas en las orejas… Y tiene los equipos viejos, para estos discos grandes…
Eduardo había escuchado hablar de su vecino, el loco de la cuadra, el que nunca sale de su casa, y vive escuchando música desde que falleció su esposa e hijo. El que no fue más a trabajar, y que no saben cómo todavía vive del seguro de vida del accidente.
-Ese disco debe ser de él -repone la anciana.
-Se lo voy a devolver, igual yo no lo puedo escuchar.
El joven no sabía con que se podía encontrar al visitar a Fabio, y no negaba que le producía cierta incomodidad, pero no le gustaba guiarse de los prejuicios así que si él tenía un disco de su vecino, pensaba que no había razón para no devolverlo. El muchacho cruzó la calle, entró al pequeño y abandonado jardincito de entrada, y golpeó la puerta. Pocas veces había visto a su vecino salir de la casa. Realmente a Eduardo le intrigaba el encuentro. Cuando Fabio abrió se mostró, en principio, como una persona completamente cuerda.
-¿Que necesitas? -preguntó sin saber siquiera que se trataba del vecino de enfrente.
-Soy el vecino de acá enfrente -contestó- puede que esto sea suyo -y le enseño el disco que tenía en las manos.
Fabio se sorprendió al verlo. Nuevamente tenía enfrente de sus ojos el objeto de sus mayores placeres, pero también el objeto que acabó con él en el momento más importante de su recuperación. Por la cabeza se le pasó la idea de recobrarlo, de volver a escuchar nuevamente la canción, pero una fuerza poderosa devino dentro de él y negó todo.
-Eso no es mío.
A partir de esa negación, Eduardo notó algo raro y comenzó a ver los rasgos de locura que tanto se habían divulgado por los chismeríos del barrio. Eduardo veía como los ojos de Fabio estaban clavados en el vinilo, y podía percibir la perturbación que le generaba. Y eso fue lo que lo condujo a seguir insistiendo.
-¿Seguro señor? Usted está lleno de discos, tiene que ser.
-No, paso todos los días escuchando vinilos, cada minuto del día, y te digo que si no es mío no es mío.
En ese momento Eduardo entendió que no podría llegar a conversar de forma corriente con Fabio; se despidió. Pero por último el hombre pronunció algo que contradijo todo lo dicho anteriormente.
-Nunca escuches el disco.
Fabio cerró la puerta, y Eduardo dejó de ver al famoso vecino chiflado. En ese momento, le penetró una necesidad de escuchar el disco, tal vez por las palabras de su vecino, que hicieron que un misterio sobresalga de lo que Eduardo tenía entre las manos. Así, el muchacho se apresuró en ir hasta una disquería de vinilos, un pequeño local de un fanático coleccionista. Cuando Eduardo ingresó con el disco y le pidió escucharlo, el hombre se sorprendió pero nunca se opuso, no tenía razones para hacer tal cosa. El vinilo se colocó en la bandeja y comenzó a girar lentamente. Los auriculares taparon las orejas del muchacho. La púa acarició el disco y comenzó la música en la cabeza de Eduardo. Se estremeció. Un escalofrío cargado de felicidad, aunque momentáneo, fugaz, efímero, tan intenso.
El joven salió destruido del local. Estaba padeciendo lo mismo que le ocurrió a Fabio. Caminó de regreso a su casa con una angustia tremenda, apesadumbrado y confundido por esa mezcla de sensaciones espontaneas e inesperadas. Al día siguiente sin embargo, al igual que sucedió con Fabio, Eduardo se despertó con las ganas de escuchar nuevamente la canción, de revivir la experiencia. Se dirigió a la disquería, se puso los auriculares en las orejas, pero cuando la púa estaba cerca del vinilo, se arrepintió. Se acordó del dolor que sintió. Tuvo miedo.
Pasaron varios días, y Eduardo se sentía afectado por la experiencia que vivió. No volvió a escuchar el disco, aunque lo envolvían unas ganas inexplicables de hacerlo. Lo tenía en su cuarto, y lo observaba durante horas. Por su parte Fabio pasó sus primeros días sin el vinilo. Luego de vivir casi dos años escuchándolo todos los días, le era insoportable no tenerlo. Y más ahora que sabía que el objeto se encontraba en la casa de enfrente, pasaba horas mirando por las hendijas de la ventana, observando los movimientos de dicha casa. Hasta que no pudo más, salió de su casa, cruzó la calle y golpeó la puerta. Fabio y Eduardo se encontraron nuevamente cara a cara.
-Necesito el disco -dijo el hombre.
-¿Que mierda tiene esa canción? -preguntó Eduardo.
En ese momento, Fabio sintió pena por los dos. Supo que el muchacho también era víctima de la canción.
-Dameló, yo ya estoy perdido.
El muchacho lo hizo pasar y se dirigieron a la habitación. El disco descansaba sobre la cama cuando Eduardo lo tomó para entregárselo a Fabio. Pero algo se lo impidió un segundo antes, y se lo sacó de las manos. Era obvio que Eduardo tampoco estaba preparado para desprenderse de semejante placer. Inconscientemente le atormentaba el hecho de no experimentar nuevamente el éxtasis que producía esa música, y aunque pasaba los días sin escuchar el disco, necesitaba saber que estaba en su poder para escucharlo cuando él quisiera.
-Perdón pero mejor no -se justificó.
Fabio comenzó a desesperar, y en un ataque de locura intentó arrebatarle el disco de las manos. Al forcejear lo empujó contra una mesita luz. El joven se lastimó la frente que empezó a sangrar, pero el disco permanecía en su poder. Fabio intentó nuevamente quitárselo, pero no cedía, entonces tomó un libro pequeño pero bastante grueso y de tapa dura y golpeó la cara del muchacho una y otra vez hasta que soltó el vinilo. Eduardo estaba tendido en el suelo con lastimaduras que se desangraban en su cara. A Fabio lo invadió el miedo, sentía que había llegado al límite, que el disco lo hacía actuar de una forma horrorosa. Comenzó a llorar.
Los dos permanecieron en la habitación, en silencio, viviendo tal vez una angustia superior a la que les producía el mismísimo disco. Finalmente, Fabio se retiró del lugar. Ni siquiera el lamentable episodio que acabó de presenciar impidió que se vaya sin el vinilo. Cruzó la angosta calle que separaba las dos casas, e ingresó a su hogar. En el living, corrió hasta el tocadiscos, colocó el vinilo y se puso los auriculares. Apoyó la púa sobre el objeto que empezó a girar, pero en ese momento ingresó Eduardo. El joven había sentido una vez más la necesidad de escuchar la canción, y sobre todo sabiendo que Fabio lo estaría haciendo frente a su casa. No le importó tener la cara lastimada y su ropa manchada de sangre, para cruzar la calle de su cuadra y meterse en lo de Fabio. El hombre atinó a quitarse los auriculares, aunque el disco siguió girando en la bandeja. Se observaron por unos cuantos segundos, hasta que Fabio tomó el cable de los auriculares y lo arrancó del amplificador. El disco giraba; los parlantes vibraban.

sábado, 3 de abril de 2010